Mientras Cuba se cae a pedazos y malviven sus habitantes, en pleno corazón del Vedado se construye un hotel de lujo a todo meter. Si existe una prueba despampanante del descaro al que ha llegado la dictadura, hela aquí y sea contemplada; realzada a los ojos de la miseria. ¿Cuántos de esos materiales no pudieran beneficiar ahora mismo a montones de familias que suplican por un bloque o un saco de cemento para reforzar sus techos? La clase dirigente justifica la construcción con una simple razón: atraer más divisas al país. Vengan acá compatriotas, ¿y esos numerosos hoteles que pululan desde Varadero hasta los Cayos de Santa Maria y que se encuentran vacíos o cerrados? Muchas de las corporaciones extranjeras que atendían los hoteles cubanos recogieron sus maletas. A nadie le da invertir mucho en un negocio que no rinde, sobre todo cuando hay que darle la mayor tajada a un estado que no aporta un ápice. Luego vienen los estragos de mantenimiento y un personal que se corrompe, porque necesita robar para vivir. No faltan ilusos que apuestan por el “quizá a mí me dejen hacer esto o aquello”. En Cienfuegos visité varios restaurantes cuyos dueños eran militares retirados. Les fue bien los primeros meses, cuando abrieron. Al año siguiente sus negocios, surtidos por el favoritismo del estado en aquel momento, fracasaron. Porque el estado cubano está lleno de avispas, y donde hay miel, arrasan como una plaga insaciable de ella. Durante la Unión Soviética nuestra amada isla consumió un capital extraordinario en subvenciones. ¿Qué se hizo de todo aquello? El estado cubano lo devoró. Tan grande ha sido su apetito, que ha terminado tragándose a sí mismo.
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