(Monitor Cubano) La ciudad parece como abandonada. Calles y avenidas céntricas, otrora bullicio permanente; vitrinas del brillo anímico y la idiosincrasia fiestera y trasnochadora del cubano, ahora permanecen congeladas de silencios.
Uno de los polos neurálgicos, nodo de entradas y salidas constantes, funciona ahora como una emergencia. La Terminal Central de Ómnibus de La Habana es apenas un residuo amurallado entre rejas.
Estos salones, de pisos espléndidos en granitos del mármol triturado de la Isla de la Juventud, con diseños y proporciones áureas, languidecen viendo las prisas de los escasos viajeros. Ya nadie se detiene por una taza de café. Ya no degustan una pizza napolitana, ni buscan alguna novedad editorial en su amplia librería. ¡Aquí no hay nada! ¡No se vende nada! Sólo una densa sensación de vacíos y ausencias. Temperatura de la incertidumbre.
Permanecen como acorralados los signos que hacían latir este alegre y dinámico referente citadino. Puerta de entrada y salida a la ciudad capital de la nación. Como los aeropuertos, las grandes terminales de transporte público son postales que reflejan el primer rostro, imagen de portada de las ciudades.
Esta otra Habana que acabo de encontrarme es apenas reducto del pulso frágil de una nación que nos han marchitado los excesos, los abandonos y las traiciones. Residuo de fruta deconstruida; restos de la sociedad criolla y de la estirpe nacional que sigue siendo coaccionada para estropearle el derecho de legítima consagración a su tierra natal. El sacrificio debido nos fue arrebatado y puesta en su lugar la sumisión. ¿Será nuestro final?
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