Un hueco gigantesco aflora desde el techo en este centro de trabajo en Cruces, mientras las chicas practican un ejercicio matinal. Entre risas y comedias, estamos los cubanos acostumbrados a librarnos de la realidad mirando más donde ponemos el pie, que aquello que nos amenaza en el futuro. No somos una especie que dedique su tiempo a pensar más allá. Es inevitable, en cualquier momento el techo se vendrá abajo y espero -Dios lo impida con todas las fuerzas de su poder- que alguien salga lastimado. Pero acostumbrados al comején, la podredumbre del tiempo y los derrumbes, nadie renuncia al derecho de la risa, que es el único estatus de libertad que aún poseemos los cubanos. Aún cuando alcancemos la cúspide de los escombros, continuaremos realizando nuestras danzas y practicando las manifestaciones de la alegría.
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