No hemos perdido lo más valioso de Cuba todavía. Más allá de las pirámides de escombros y el descalabro social, por encima del vertedero económico en que el gobierno castrista ha convertido el país, aún se halla la única esperanza que permitirá salvar a Cuba como nación, como territorio donde, no solamente sus actuales pobladores gusten vivir, sino que por su bienestar y garantías, invite a ciudadanos de todo el mundo a formar un proyecto de vida sólido en nuestro país, como sucedía antes de 1959. ¿Dónde está esa esperanza real? ¿Qué es lo más valioso de la isla? Su capital humano. Apartemos los prejuicios y esa larga marginalidad a la que hemos sido condenados. Busquemos desde el negro hasta el blanco, en cada barrio, desde el más céntrico hasta el más alejado, y hallaremos la picardía, el desenfado, un espíritu de adaptación. Encontraremos gente dispuesta a reinventar lo que se ha inventado con tal de sobrevivir. ¿Dónde está la prueba? Hace falta buscarla un poco más lejos. El ejemplo está en los millones de cubanos que viven en países extranjeros. A donde quiera que llega un cubano se integra a la sociedad con una velocidad vertiginosa, sin importar el color de su piel o nivel escolar. Trabaja, estudia, aprende un segundo idioma y prospera. Los cubanos no se conforman. Empiezan lavando un plato y al poco tiempo supervisan una tienda. Vamos escalando en deseos y metas a largo plazo. Alguien puede pensar que proviene de nuestra naturaleza, tan largo tiempo reprimida; de ambiciones contenidas que por fin somos capaces de desahogar. No es cierto. Me siento seguro al emitir esta respuesta. Poseemos el talento para hacer de Cuba un país próspero, porque preferimos el mérito en lugar de la mediocridad, la justicia donde impera la desigualdad, la riqueza antes que el hambre, la alegría como estatus de felicidad.
Lo más valioso de Cuba
No hemos perdido lo más valioso de Cuba todavía. Más allá de las pirámides de escombros y el descalabro social, por encima del vertedero económico en que el gobierno castrista ha convertido el país, aún se halla la única esperanza que permitirá salvar a Cuba como nación, como territorio donde, no solamente sus actuales pobladores gusten vivir, sino que por su bienestar y garantías, invite a ciudadanos de todo el mundo a formar un proyecto de vida sólido en nuestro país, como sucedía antes de 1959. ¿Dónde está esa esperanza real? ¿Qué es lo más valioso de la isla? Su capital humano. Apartemos los prejuicios y esa larga marginalidad a la que hemos sido condenados. Busquemos desde el negro hasta el blanco, en cada barrio, desde el más céntrico hasta el más alejado, y hallaremos la picardía, el desenfado, un espíritu de adaptación. Encontraremos gente dispuesta a reinventar lo que se ha inventado con tal de sobrevivir. ¿Dónde está la prueba? Hace falta buscarla un poco más lejos. El ejemplo está en los millones de cubanos que viven en países extranjeros. A donde quiera que llega un cubano se integra a la sociedad con una velocidad vertiginosa, sin importar el color de su piel o nivel escolar. Trabaja, estudia, aprende un segundo idioma y prospera. Los cubanos no se conforman. Empiezan lavando un plato y al poco tiempo supervisan una tienda. Vamos escalando en deseos y metas a largo plazo. Alguien puede pensar que proviene de nuestra naturaleza, tan largo tiempo reprimida; de ambiciones contenidas que por fin somos capaces de desahogar. No es cierto. Me siento seguro al emitir esta respuesta. Poseemos el talento para hacer de Cuba un país próspero, porque preferimos el mérito en lugar de la mediocridad, la justicia donde impera la desigualdad, la riqueza antes que el hambre, la alegría como estatus de felicidad.
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