El nombre de la Rosa, los crímenes de Dios


EL NOMBRE DE LA ROSA

Autor: Umberto Eco. (Alessandria, Italia, 5 de enero de 1932-Milán, Italia, 19 de febrero de 2016).   

Ambientada en el siglo XIV y utilizando componentes de la alegoría narrativa, la crónica medieval, la novela gótica y la novela policíaca, El nombre de la rosa narra las diligencias detectivescas del monje franciscano inglés Guillermo de Baskerville, antiguo inquisidor y teólogo imperial dotado de un penetrante espíritu crítico y de una curiosidad científica intrépida,  para esclarecer una serie de crímenes perpetrados en una abadía benedictina ubicada al norte de la península italiana. Guillermo no se encuentra solo, le acompaña su inseparable discípulo, el joven novicio benedictino alemán Adso de Melk, quien es también el narrador de la historia. En principio, Guillermo de Baskerville y Adso de Melk han viajado hasta la abadía para organizar una reunión entre los hombres del Papa y los franciscanos pero dicha  reunión se pone en peligro cuando los asesinatos hacen temblar a los supersticiosos monjes. Donde ellos ven una profecía del Apocalipsis cumplida, Guillermo y Adso, saltándose muchas veces las normas del lugar, e incluso los dogmas de la fe, ven crímenes cometidos con una intención y un propósito totalmente mundanos.

Gracias a la información  que va obteniendo de algunos monjes, y al tenaz ejercicio de la observación y el razonamiento, Guillermo de Baskerville esclarece los hechos para asombro y maravilla del inexperto Adso. El móvil de los crímenes parece ser un antiguo tratado sobre la risa y su carácter liberador escrito en el siglo V antes de Cristo por el sabio griego Aristóteles. Supuestamente, dicho libro se encuentra en la célebre biblioteca del complejo monástico, considerada la mayor y más dotada en obras de la cristiandad.

Apuntemos aquí que esta obra del filósofo Aristóteles formaba parte de un compendio mayor dividido en dos partes llamado Poética. La primera parte pertenecía a la Tragedia y a la Epopeya, y la segunda, a la Comedia y a la poesía yámbica, que tenía su origen en las canciones populares ligadas a los cultos religiosos del nacimiento y la muerte y que exhibía un carácter popular y profundamente satírico.

El propio Aristóteles, refiriéndose a la comedia y a la poesía yámbica llegó a recomendar:

 "a los más jóvenes, la ley debe prohibirles los espectáculos de yambos y de comedia. Antes de alcanzar la edad en la que tendrán derecho de sentarse en las mesas comunes y  beber, la educación los habrá hecho a todos inmunes contra los efectos nocivos de tales representaciones." ​

¡Curioso! El gran filósofo griego recomienda mesura y control a la hora de acercarse a la comedia, ¿Por qué razón? 

Pensemos que una mirada irónica, una frase mordaz, un comentario burlón puede echar por tierra cualquier altar. Nada hay más liberador que la comedia… y nada más peligroso…

La risa puede despojar de solemnidad cualquier acto y cualquier ideología, credo o religión. No hay criatura vanidosa o tiránica que no sucumba ante las saetas de la burla, la ironía o el desparpajo.

La risa, lo cómico, como dice Guillermo de Baskerville  al asesino, un místico enemigo de la risa y de la filosofía,  aparte de ser una buena medicina para curar las aflicciones del cuerpo y la melancolía, es un buen instrumento de liberación de los tormentos del alma. Madre de la duda, la risa invita a la búsqueda de la verdad, y por eso el poder la pone en entredicho y la presenta como pecado, porque su fuerza de transgresión la hace peligrosa.

Acceder al libro de la Comedia de Aristóteles en un monasterio medieval podía ser un acto temerario y delicado. Leer la Comedia del maestro griego podía costar la vida. Y esto le sucedió a algunos monjes.

Aún hoy, la comedia es peligrosa. Hay que cuidarse de aquellos que no tienen sentido del humor. ¡Que son legión!

Imagino, amigos míos, que terminado el visionado de este programa muchos de ustedes corran a su biblioteca más cercana buscar la Comedia de Aristóteles. 

Lamento decepcionarlos. La tan traída y llevada segunda parte de la Poética no existe desde hace siglos, ¡si es que existió alguna vez!

Según muchos investigadores literarios esta maravillosa obrita, de cuyo contenido solo han llegado hasta nosotros algunas palabras y el testimonio de que era excepcionalmente breve, desapareció en el Medievo de forma misteriosa. 

Así que nadie sabe exactamente qué  se decía en la Comedia, de Aristóteles.

¿Interesante, no?

En realidad, Aristóteles no concibió su poética para ser leída sino escuchada. Fueron sus discípulos, ¿Platón, tal vez?, los que preservaron sus preceptos y en un acto de suprema honestidad intelectual dieron el crédito al maestro de forma postrera cuando, años después, cada cual puso en práctica sus enseñanzas y desarrolló sus propias teorías.   

Como ya les comenté al inicio de esta charla,  El nombre de la rosa fue publicado en 1980. Ya a comienzos de 1981 se habían vendido 300.000  ejemplares del libro y el texto había obtenido su primer premio: el Strega. 

Se estima que se han vendido más de 50 millones de ejemplares de la novela hasta la actualidad.

Mientras escribía su novela, Umberto Eco barajaba diferentes nombres, "La abadía del crimen", por ejemplo, o "Adso de Melk", en referencia directa al  narrador de la historia. El nombre de la rosa se encontraba en la lista de potenciales títulos pero su autor no lo tomaba demasiado en serio por considerarlo un título bastante abstracto, indescifrable y casi tan hermético como los crímenes que narraba en su libro.  Quienes leyeron la lista de propuestas, solo unos pocos amigos cercanos, Eco era muy celoso con su texto,  se inclinaron por ese título, y quedó.  


Realmente, una vez leído el libro, no puedo imaginar que se llame de otra manera. La Abadía del crimen habría sido una blasfemia para ficción tan sugestiva y enigmática. Nuestra novela de hoy hunde sus raíces en una etapa remota y oscura de la historia pero retrata temperamentos y pasiones universales que trascienden las épocas y se nos hacen muy cercanos, muy de ahora: la fe ciega, el odio, el resentimiento, la ira, el deseo, las posiciones radicales, la búsqueda desesperada de la verdad a cualquier precio… ¿Quién no conoces a alguien como el bibliotecario Jorge de Burgos, o como Ubertino de Casale, o como el temible inquisidor Bernardo Gui, o el infeliz Salvatore?

Tras pasarse cerca de 25 años publicando ensayos sobre semiología y literatura, y cuando tenía 48 de edad, Umberto Eco se lanzó a la narrativa con esta atractiva historia. En ella refleja cómo era la vida en la Europa medieval y cómo se vivía en las abadías. 

Sirviéndose de su conocimiento excepcional del Medievo, Umberto Eco escribió una especie de enciclopedia de la Edad Media pues su obra contiene historia, filosofía, teología, costumbres, ideas políticas, estéticas, e historia económica.

La acción de la novela se desarrolla en uno de los periodos más complejos y desconcertantes de la historia europea. Toda la sociedad está en convulsión: epidemias, carestías, hambruna, guerras y deudas para financiarlas, bancarrotas de los bancos prestamistas, impuestos altísimos... Y todo eso desata luchas de facciones, levantamientos populares reprimidos en sangre, tendencias revolucionarias que no triunfan y sin embargo brotan por todos lados. A esa larga lista de agravios se añade otro más: la inquietud, una inquietud que se manifiesta a nivel individual y social, político y religioso. El hombre tiene conciencia de sus propios males sin saber y sin poder rehuirlos. La tradición pesa y es cuestionada, al mismo tiempo nadie sabe cómo liberarse de ella. 

Los amantes de la novela histórica gozarán de un fresco medieval primorosamente bordado y plagado de detalles antropológicos, y los amantes del policíaco y la intriga se darán un festín con las peripecias del monje detective y su ayudante así como con los siniestros personajes del monasterio, monjes enrevesados, sospechosos de cometer los crímenes hasta que… son asesinados.


El nombre de la rosa está estructurada en siete capítulos a los que corresponden siete delitos en cadena, uno por día, correspondientes a las siete trombas del Apocalipsis de San Juan que, según el asesino, manifestarían un designio divino. Los delitos acontecen en la misteriosa abadía benedictina que Eco describe con la pericia de un historiador del arte y la emoción de un artista. El sueño-visión de Adso ante el gran bestiario de piedra de la fachada constituye una de las partes más bellas del libro, así como la descripción del luminoso scriptorium y de la biblioteca-laberinto encerrada en sí misma e inmersa en la oscuridad. Un plano de la abadía acompaña el libro, según la costumbre de la novela policíaca inglesa, que ofrecía, además, el plano del lugar del delito para que el lector pudiera seguir las pistas del detective e, inclusive, adelantársele.

Una de las cuestiones que más desconcertó a buena parte de la crítica y a millones de lectores fue el título de la novela.


El nombre de la rosa.


Corrieron ríos de tinta al respecto y en más de una ocasión el autor fue abordado, no sin descortesía, por periodistas y lectores ansiosos de conocer el significado del título.

Cinco años después de la primera edición, y harto de tener que dar tantas explicaciones a diestra y siniestra, Umberto Eco escribió un pequeño tratadito al que llamó Apostillas a El nombre de la rosa en el que comenta cómo y por qué escribió su novela. Aunque dio algunas pistas, no reveló los misterios de la trama y tampoco, obvio, el porqué del título.

En diálogo con Radio El País, Eco respondió que había redactado el nuevo texto porque estaba harto de todas las preguntas que le planteaban desde todo el mundo sobre su gran éxito literario. estudiosos se lanzaron desde un inicio a descifrar los códigos 

Ninguno de los otros libros de ficción de Eco –desde "El péndulo de Foucault", Baudolino, El cementerio de Praga, hasta Número cero, logró el mismo éxito ni la misma repercusión que su primera obra.

Cuando en 2005 un periodista le preguntó si no era una suerte de condena que hiciera lo que hiciese, siempre volverían a preguntarle por "El nombre de la Rosa", Eco aceptó que sí, pero añadió:

"También es una ley de la sociología del gusto, o mejor dicho, de la sociología de la fama. Si uno se hace famoso por haber matado a Billy de Kid, cualquier cosa que haga después —desde llegar a ser presidente de Estados Unidos, hasta descubrir la penicilina— a los ojos de la gente seguirá siendo siempre 'el que mató a Billy de Kid'".

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